jueves, 9 de octubre de 2008

Cuento El roble y la niña



 
 
 

 

 

     Había una vez en una llanura un poderoso roble. Estaba orgulloso su fuerza, de su grandeza... de sí mismo. Muchas aves se posaban en sus ramas y en sus recuerdos permanecían los nombres de los huracanes que había resistido. Todos árboles de su especie habían ido desapareciendo. El orgullo de ser un superviviente había trasmutado en un agudo dolor por tan dura soledad.

    Cerca de aquella llanura había una granja donde vivía una niña. Era la flor más bella  de una larga familia. Su corazón todavía permanecía sin ninguna cicatriz. Era totalmente inmaculado.

     Muchos días jugaba cerca del roble. El poderoso árbol aprendió a percibir los movimientos de la niña. Y lo que era más importante para él, sentía la bondad de la pequeña en forma de ondas luminosas que le hacía vibrar como sin un millón de lucecitas le atravesasen.

     Hasta tal punto se acostumbró a recibir los dones de aquel inmaculado corazón que si pasaba un solo día sin que ella se acercase, creía morirse de tristeza. La niña danzaba a su alrededor y él con las ramas, sin que ella lo percibiera, detenía el viento para que no la molestase. Era incluso capaz de girar los enormes y gruesos tallos para que la piel de la niña no fuese abrasada por el sol de verano. Un día... incluso fue capaz de apresar una peligrosa serpiente y lanzarla muy lejos de su tronco para evitar que mordiese a la mujercita.

     Y llegó el final del verano. Las hojas del robles fueron tornándose rojizas hasta dormirse y la niña comenzó un nuevo curso escolar.

     Cuando los primeros días de primavera despertaron al anciano roble, su primer pensamiento fue para la niña, a quien llamó mil veces pero no se acercaba hasta él. Tanto la añoraba que se preguntó cómo el viento podía desplazarse y él no. Y tanto meditó  y pensó sobre el asunto que por fin consiguió enviar sus aromas con las olas etéreas de la brisa y llegar hasta lejanos lugares.

     Violeta jugaba con sus amigas en el recreo y el aroma del poderoso roble sintió el corazón de la niña.  Se acercó hasta ella, pero había algo que no le permitía alejarse más de su tronco. Sabía que si se separaba totalmente del mismo, moriría. Pensó y pensó, meditó y meditó y comprendió. Su vida ya no tenía sentido si no era cerca de la niña.

      Fue el último día de curso. Violeta estaba emocionada. Al año siguiente cambiaría de colegio al igual que todas compañeras  e iría al instituto. Los profesores, los padres, los alumnos de cursos inferiores les homenajeaban con una bella fiesta.

       Y el roble anheló, deseó con toda su fuerza abrazarla y entregarle su vida. Y tanto tesón y esfuerzo realizó en conseguirlo  que su alma se separó del tronco y comenzó a danzar en círculo alrededor de la niña.

     Violeta sintió una suave brisa que la rodeaba y acariciaba, y recordó los momentos que había pasado jugando bajo la sombra del roble. Entonces ocurrió el mayor de los milagros que puede ocurrir entre el reino de los hombres y el reino de las plantas.

     La mujercita se separó durante unos minutos de sus compañeras, atraída por los bellos colores del jardín del colegio. Y en un rinconcito del mismo ocurrió tan magno acontecimiento.

     La Reina de las Hadas de aquellos lugares se hizo visible. Con su varita mágica tocó el corazón de la niña y el alma del roble, cantando esta bella canción:

Soy la Reina de las Hadas

Con mi poder,

vuestra alma haré florecer.

Los humanos, fuertes os creéis,

pero en verdad todo no lo sabéis.

 

Separados nacemos.

aislados crecemos,

pero cuando llegado es el tiempo,

juntos florecemos.

 

Vuestro pensamiento,

a través de nuestro cuerpo,

viaja en el espacio y en el tiempo.

 

Nuestros dones entregamos.

Vuestro deber es llevarnos

hacia una nueva tierra

rodeada de hermosos lagos.

 

Soy la Reina de las Hadas

con mi poder

vuestra alma haré florecer. Los humanos, fuertes os creéis, pero en verdad todo no lo  sabéis.     

Y así, la mujercita recibió un hermoso regalo. El don de poder entender a los árboles y las plantas, sencillamente, porque el alma del poderoso roble habitó para siempre  en el corazón de la niña.

 

 



 

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