domingo, 21 de septiembre de 2008

LA LECCION DEL TREN


Juan sentó a su mujer en una silla de la cocina y, con semblante preocupado y tono suave, habló:
— Este hijo nuestro está cada vez más malcriado. Ahora me ha pedido que le regale un tren. ¿Cómo puede ser? No podemos gastarnos tanto dinero en juguetes que usa una vez y luego deja olvidados en cualquier rincón. Pero he pensado en darle una lección: lo llevaré en tren a casa de mi madre. Si llegara a reprocharme que no puede traérselo a casa, le recordaré su costumbre. La mujer observó a su marido con gesto de ternura y asintió. Luego le pidió que cuidara al niño. Después de todo, sería su primer viaje en tren. Así fue que Juan salió de su casa con su hijo Ernesto de la mano. El niño era todo expectativa y mientras caminaban rumbo a la estación no se cansaba de preguntar acerca de aquel tren que le regalaría. Juan sonreía y esquivaba las precisiones.
Al llegar a las boleterías, el padre compró un billete mientras Ernesto observaba admirado el antiguo edificio. Luego, ya apostados junto al andén, el niño expresó su asombro cuando vio aparecer la máquina, y se tapó los oídos para protegerlos del chirrido de las ruedas que frenaban sobre los rieles. Subieron.
El atardecer era un hecho. Los ojos de Ernesto, grandes como duraznos, observaban cómo la silueta de la ciudad se despedazaba a toda velocidad, conformando un espectáculo desconocido para sus cuatro añitos. Ernesto apretó con todas sus fuerzas las manos de su padre, que lo miraba complacido. El hombre pensó que había tenido una idea genial.
Pasaron cinco estaciones, y padre e hijo se sentían cada vez más felices. El nene estaba viviendo una experiencia que lo excitaba. Juan creía estar procediendo como un padre inteligente y amoroso, que alecciona con sabiduría. Y llegaron a la estación Flores, en las cercanías de la casa de la abuela de Ernesto. Bajaron sin desprender sus manos. Antes de abandonar la estación, el papá se inclinó hasta quedar a la altura de Ernesto y le preguntó qué le había parecido el tren. El nene dijo que era el mejor regalo que había recibido jamás. El padre, extrañado, quiso saber más.
— ¿Sí? ¿Y por qué?
— Porque es la primera vez que jugamos juntos.



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