sentado un cura. De pronto, volviéndose hacia el cura, la señora le
dijo:
Padre, ¿puedo pedirle un favor?
Sí, hija mía, ¿qué quieres?
Mire, compré un depilador eléctrico súper sofisticado y muy caro y
tengo miedo de que supere mi límite en la aduana. ¿Podría usted
esconderlo debajo de su sotana?
Sí, mi querida, puedo, solamente debo advertirte que yo no sé mentir
Y pensando ¡Ay, ojalá que nadie le pregunte nada al cura!, la señora le dijo:
Está bien, Padre, gracias por su ayuda.
Y le dio el depilador.
Ya en el aeropuerto de destino, el inspector de la aduana le preguntó
al cura ¿Algo a declarar, Padre?
El cura respondió:
De la cabeza a la cintura, nada a declarar, hijo mío
Medio extrañado, el inspector le preguntó:
Y de la cintura para abajo, ¿qué tiene?
Allí abajo tengo un instrumento para mujeres que nunca fue usado
Y el inspector, soltando una carcajada, dijo:
¡El que sigue, por favor!
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